Fundadores de Mariano Arista

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domingo, 1 de julio de 2012

El poder de los masones en Francia


El 22 de noviembre de 2011, apenas unas semanas después de ser proclamado candidato de los socialistas para los comicios presidenciales de 2012, François Hollande acude a la sede del Gran Oriente de Francia -principal obediencia masónica del país vecino- para hablar de sus proyectos en materias a las que los frères (hermanos) otorgan especial importancia. Son siete: democracia, solidaridad social, ciudadanía, medio ambiente, dignidad humana, derechos humanos y laicidad.
Respecto de esta última, Hollande abogó por inscribirla en la Constitución para así separar definitivamente a la Iglesia del Estado e impedir cualquier vuelta atrás.
Asimismo, cuestionó la conocida como ley Carle, que regula la contribución del erario público a la financiación de la enseñanza católica. De ponerse en marcha estos proyectos, Hollande haría tábula rasa con el concepto de laicidad positiva, tan promovido por Nicolas Sarkozy en los albores de su mandato, allá por 2007.
Nada más normal que un candidato de oposición quiera cambiar lo realizado por su antecesor. Sin embargo, en su comparecencia ante el Gran Oriente Hollande también dejó entrever que estaba dispuesto a llevarse por delante lo hecho por su compañero de partido, el ex primer ministro Lionel Jospin, a quien tan fielmente sirvió.
En su etapa al frente del Gobierno francés -entre 1997 y 2002-, Jospin -un ateo de formación protestante- creó un marco de diálogo institucional entre el Estado y la Iglesia católica, que ha jugado un papel decisivo a la hora de mejorar las relaciones entre ambas partes y, sobretodo, de no romperlas. Hollande, ante el Gran Oriente: “Que haya un cierto reconocimiento de los cultos, de acuerdo, la República lo contempla; que el reconocimiento tenga carácter institucional, ni hablar”.
Al oír semejantes planteamientos, a los frères presentes en el templo de la parisina calle Cadet se les llenó la cara de alegría: quizás porque no se esperaban a tanto. O sí: Hollande acudió al evento acompañado de Victorin Lurel, diputado por la isla antillesa de Guadalupe -el 10 de junio fue reelegido en la primera vuelta con más del 67 por ciento de los votos- y ministro de Ultramar desde hace un mes.
“Es, de momento, el único masón activo del nuevo Gobierno y miembro del Gran Oriente”, declara a ALBA el periodista de L'Express François Koch, especializado en masonería. “Seguro que pronto saldrán otros”. De haber hecho su investigación hace unos años, Koch hubiera soltado el nombre del titular de Interior, Manuel Valls. Pero hace tiempo que este último colgó el mandil.
Quien sí lo sigue luciendo -su logia está en Borgoña y se llama Solidaridad y Progreso- es el hollandista histórico François Rebsamen, actual portavoz socialista en el Senado. Cuentan que estos días anda algo resentido porque llevaba años aspirando al puesto de Valls. “Por lo menos Mitterrand era fiel en amistad”, dijo recientemente según el semanario Le Canard Enchainé. Pero lamentos aparte, es de los pocos que tiene acceso directo al presidente.
Su trayectoria es la típica de un político masón: ingreso por oposición en la función pública -aunque en un nivel inferior al de la Ena-, y posterior acercamiento a los centros de poder a través de un gabinete ministerial: Rebsamen estuvo en el de Interior y en el de Relaciones con el Parlamento; ambos son bastiones masónicos desde hace décadas. Una vez cumplidos estos requisitos, las puertas de la logia se abren con facilidad. Rebsamen las franqueó en 1989, con 38 años.
No obstante, en las principales obediencias francesas los políticos son minoritarios ya que el grueso de los frères suelen ser jueces, médicos, policías, empleados medios o personas procedentes del mundo de los seguros o del sector de las relaciones laborales. Y, sin descuidar los aspectos ideológicos y doctrinales, dedican mucho tiempo a crear sistemas de socorro mutuo, la mayoría de las veces por encima de la ley.
El universo de la formación profesional es un buen ejemplo. “Un lugar en el que la fraternidad se ejerce con gran constancia, tanto que los masones involucrados disponen de una asociación específica llamada Humanidad y Formación Permanente”, escribe Sophie Coignard en su libro Un Estado dentro del Estado. La adecuación entre los objetivos masónicos y los de esta asociación es total: todos tienen derecho a progresar y a perfeccionarse a lo largo de su vida.
Para lograr estos fines de la forma más discreta posible, los que operan en la órbita de la formación profesional -sean o no masones- disponen de ingentes cantidades de dinero gracias a la recaudación que les proporciona la recaudación un impuesto que lleva por nombre tasa de aprendizaje. Por si fuera poco, las empresas pueden pagarlo de forma anónima, lo que favorece todo tipo de enjuagues. Un sistema ideal para que se despliegue la maquinaria masónica con toda su eficacia.
Los frères lo aprovechan a tope. Coignard cuenta el caso -no da nombres por elemental prudencia: los hechos son recientes- de un directivo de la Agefos Pme, el organismo de formación profesional de las Pymes. El sujeto en cuestión, que es profano -es decir, sin adscripción masónica- presenció varias reuniones en las que vio como patronal y sindicatos se ponían de acuerdo con una rapidez asombrosa sobre los temas más conflictivos, como las ayudas a los empleados menos cualificados.
Al principio no se percató de nada pero entendió todo cuando se dio cuenta que todos los vicepresidentes de la patronal de las pymes menos uno eran masones. Entre los altos cargos sindicales, había también una mayoría de portadores habituales del mandil: así, daba igual si los intereses legítimos de cada parte estaban bien defendidos. ¿Qué dos antenas locales de formación profesional en Córcega se pelean? Pues llegan unos cuantos frères desde París y resuelven el conflicto en dos días.
Ni con esta exhibición de fierza, el testigo que cita Coignard quería ingresar en una logia. Para doblegar su voluntad, sus colegas masones procedieron de manera suave pero determinada. Un compañero de consejo de administración le dijo un día: “Varios de los miembros del consejo nos solemos reunir de vez en cuando para analizar nuestros asuntos”. Adivinen donde. Menos mal que el testigo logró esquivar la ofensiva.
Algo más explícito fue el segundo intento. Otro colega se le acerca: “No es normal que una persona de su importancia no forme parte de un sindicato”. El testigo: “¿Qué dirá el sindicato A si adhiero al B?”. Respuesta: “Tiene usted razón. Pero entonces tendrá que potenciar su reflexión baja otras formas”. Una situación simpática si se compara a lo que ocurre en otros lugares.
En La Poste, sin ir más lejos. Feudo del sector público durante largos años, los masones transformaron al equivalente francés de Correos en un cortijo, hasta el punto de crear un departamento de recursos humanos paralelo. Desde esa atalaya controlaban los nombramientos y hacían y deshacían carreras.
El chollo terminó cuando la legislación europea impuso la liberalización del sector postal y su corolario: las formas modernas de gestión empresarial, poco compatibles con las costumbres caciquiles de los masones. Acabaron cediendo tras una resistencia numantina.
Más suerte han tenido en Electricité de France, otro de los cortijos masónicos de Francia. De entrada, ni fue necesario crear una fraternal: la omnipresencia de mandiles en la alta dirección era suficiente para disuadir a los atrevidos que discutiesen su primacía. Cuando el mandil no cubría las rodillas del presidente, cubría las de varios directores generales o consejeros. Una continuidad que ha sido o suficientemente eficaz como para retrasar la liberalización del sector eléctrico galo.
Otra conocida empresa, France Télécom, logró, en cambio, resistir los asaltos masónicos. No porque no tuvieran altos cargos que frecuentasen las logias: uno de sus antiguos presidentes, Thierry Breton -que también fue ministro de Economía de Jacques Chirac- no tenía reparos en enseñar a muchos de los que iban a su casa una habitación repleta de símbolos masónicos. Pero no logró unir a muchos de sus empleados a su causa: en France Télecom impera la cultura del mérito.
Como en Air France. Sin embargo, en la compañía aeronáutica, las tasa de adhesión a la masonería de directivos y pilotos es especialmente elevada. ¿Motivos ideológicos o corporativos? Para nada. La explicación es mucho más prosaica: algunos los miembros de la tripulaciones de los vuelos de larga distancia prefieren recorrer las discotecas en sus ratos libres; otros, sin embargo, prefieren reunirse con sus hermanos en alguna logia de la otra punta del planeta. Si es por eso...
Los tres puntos de SarkozyLa relación con del anterior inquilino del palacio del Elíseo con los masones siempre ha sido ambigua. Por un lado, desató la ira de los miembros del Gran Oriente cuando en la basílica vaticana de san Juan de Letrán proclamó la superioridad del sacerdote sobre el maestro. Por otro, su entorno siempre ha estado repleto de masones, empezando Brice Hortefeux, su fiel entre los fieles, que pasó muchos años en la Gran Logia Nacional de Francia.
También se podría citar el caso de Alain Bauer, ex gran maestre del Gran Oriente, que fue su asesor aúlico para temas de seguridad. El propio ex presidente no le hizo ascos las costumbres masónicas: durante años firmó sus cartas con tres puntos, unos de los códigos más utiizados por los frères se reconocen entre ellos. ¿Milonga para comprar voluntades o compromiso sincero? Nunca se ha sabido.
Fuente: La Gaceta.