El gran templo está colmado , se oyen los aprestos para la ceremonia, la gente se acomoda en los asientos y se llenan hasta las graderías en lo alto, cerca de ese cielo pintado en el que junto a un sol radiante puede leerse “Energía Universal”. Parece haber una voluntad común entre los asistentes: toser con fruición ahora para que una vez que se inicie el rito misterioso nada turbe su prodigioso fluir. De traje negro y llenos de insignias distintas, medallas, pecheras rojas, águilas que penden de cadenas doradas – “los maeses están decorados por la jerarquía del evento” , secretea uno de los que saben–, los varones que pertenecen a la Gran Logia de la Argentina De Libres y Aceptados Masones dirigen una liturgia a la que, en la brutalidad asociativa de este cronista, sólo le falta Harry Potter.
Nada de eso. La ceremonia en la que el Supremo Consejo entregó su Medalla de Oro al Mérito al filósofo y escritor Santiago Kovadloff, en la tarde del viernes pasado, estuvo atravesada de pura emoción e historia . A poco de entrar al templo masón de la ciudad de Buenos Aires, en Perón al 1200, sorprende un busto del General José de San Martín y la información sobre los masones en Argentina no tarda en llegar: nada menos que 14 presidentes de la Nación , entre ellos Domingo Faustino Sarmiento y Leandro N. Alem, y una verdadera multitud de intelectuales engrosaron las huestes de esta logia fundada en 1857.
“En los últimos años perdimos adherentes”, cuenta en privado uno de los hermanos. “Esto pasó en toda América latina por la persecución de los gobiernos de facto y las instituciones religiosas que vieron oscurantismo en nuestra filantropía. Ahora abandonamos la antigua premisa del secretismo –agrega– y la cambiamos por el menos cerrado discretismo: queremos abrirnos, que la comunidad nos conozca ”.
Después de la entrada de todas las jerarquías masónicas, a quienes Kovadloff, sentado en el estrado junto a su esposa, miraba con afectuosa curiosidad, se sucedieron los discursos. Con la venia de la máxima autoridad, el encargado de exponer las razones de la distinción mostró una oratoria que combinaba la sencillez y la grandilocuencia de un magno evento –con esas palabras lo presentaron– en el que todos los aludidos resultaban “ilustrísimos”, “respetadísimos” y “altísimos”.
Lejos de la parsimonia, en el discurso podía disfrutarse la naturalidad de un rito poco usual : “Nosotros decimos que el profesor Santiago Kovadloff nació en paz –expresó– porque nació el 14 de diciembre de 1942, día en que el dictador ruso ofrecía un armisticio al sanguinario dictador alemán en Stalingrado. Una jornada en la que milagrosamente reinó la paz en el mundo y porque él, a través de sus ideas, de su trabajo con la palabra y la música, mostró siempre una intención de paz ”.
El distintivo entregado es una réplica de la medalla que se daba en los albores de la masonería, en el año 1741, y que la logia ofrece a las personalidades que considera contribuyen a mejorar la vida de la Humanidad.
El gran templo seguía colmado y fue el traductor del poeta portugués Fernando Pessoa quien pronunció las palabras finales. Con un discurso potente, Kovadloff agradeció a la masonería argentina por su contribución a la historia democrática de nuestro país y resaltó que “la democracia, como la convivencia, es difícil y si Dios quiere siempre será difícil, pero es el único sistema político en el que el Hombre aparece como tarea”. Y luego enfatizó: “Los liderazgos no deben tener el monopolio de la razón sino participar en la creación de consensos que hagan posible esa convivencia. Uno no basta: bastan dos, y el otro es el límite ”.
Fuente: Diario El Clarin.