Nadie sabe exactamente cómo llegó hasta allí. La historia de cada uno, como en los sueños, no tiene realmente un inicio y quizás tampoco tenga un final. Un día te invitan a una reunión donde se habla de política, alguien hace un brindis y, luego de unos apretones de mano, terminas en un cuarto oscuro y con los ojos vendados. Suele suceder. El no iniciado –como en aquel cuento de Ribeyro– termina súbitamente rodeado de insignias, velas, triángulos y números impares. Para cuando entra en razón ya está blandiendo una espada frente a un púlpito. Es uno de ellos.
Ellos, en este caso, son la Gran Logia Constitucional del Perú, una de las instituciones encargadas de mantener encendida la llama de la bicentenaria tradición masónica en el país. Me recibe su líder, el Gran Maestre Julio Pacheco Girón. Sobre su mesa descansa un ejemplar de la Biblia, un cuchillo ceremonial, un imponente mazo de madera, una campana pequeña y una dorada pirámide egipcia. A su lado, el pabellón nacional. De fondo musical, un canto llano. Llamémoslo gregoriano. La extraña simbología se repite: líneas rectas, números primos, círculos en mandiles, espigas, soles y lunas. Color rojo, blanco, celeste y dorado.
Logro comprender la escala de grados. Gran Maestro, Gran Canciller, Vice Gran Maestro, Gran Secretario, Secretario del Gran Maestro, Gran Guardia Mayor, Gran Tesorero, Gran Bibliotecario, Gran Primer Vigilante. Ellos admiten mujeres, con lo que se distinguen de las logias más longevas. “Hace cien años que se admiten mujeres en todas las logias masónicas del mundo”, argumenta el Gran Maestro. Por alguna razón, a todos les cuesta definir la masonería.
Solo coinciden en que es “una hermandad filantrópica y filosófica que busca el perfeccionamiento del hombre y la sociedad”. Hay requisitos para entrar. Tener una hoja de vida limpia pero amplia. No tener antecedentes penales y ser recomendado por un Maestro. El aspirante debe someterse a un rito iniciático. Es lo que se conoce como la tenida blanca.
Fuente: Agencias.