El libro "Logias y masones de Castilla y León. siglos XIX y XX", del historiador Luis P. Martín, relata la historia de estas sociedades en esta Comunidad durante estas dos centurias. |
En sus casi doscientas páginas, este trabajo relata la influencia de los masones en la sociedad y en la política castellano y leonesa, y distingue las diferentes épocas y situaciones políticas a las que se ha enfrentado el enjambre de logias que han tenido como sede alguna provincia de esta comunidad autónoma.
Todas estas sociedades han luchado durante su existencia, más o menos larga, contra una serie de condicionantes endógenos de esta zona que han dificultado su pervivencia y su desarrollo, como son el hecho de ser una región conservadora y económicamente débil, con una casi nula movilidad social y caracterizada por una influencia decisiva del clero.
Precisamente, la Iglesia ha sido tradicionalmente uno de los caballos de batalla de la Masonería, que propugnaba el laicismo como principio de funcionamiento social algo que, tanto el clero como algunos sectores conservadores, rechazaban y reprimían.
Después de ser perseguidas bajo el reinado de Fernando VII y de estar obstaculizadas por el liberalismo moderado en tiempos de Isabel II, las logias masónicas se expandieron por toda la región durante el denominado Sexenio Democrático (1868-1874) y algunos de sus miembros alcanzaron cargos públicos.
En Valladolid, por ejemplo, durante estos seis años hubo siete masones en su Ayuntamiento, mientras que otro masón, el abogado y catedrático de la Universidad de Valladolid José Muro, fue diputado por esta provincia y Ministro de Estado durante la presidencia de Pi y Margall en la I República, teniéndose que enfrentar a una crisis con el Vaticano -que no reconoció el nuevo régimen español- que culminó con el cierre de la embajada en Roma.
Entre 1968 y 1900, el 27 por ciento de los masones de Castilla y León eran empleados y funcionarios; el 22,3 se dedicaban al comercio, la industria y los negocios; el 19 trabajaba como artesanos; el 16,11 desarrollaba profesiones liberales; el 12 por ciento eran militares y el 2,4, artistas.
Tras el periodo de esplendor de la Restauración, en el que surgió una Masonería pequeño-burguesa y urbana que buscaba espacios sociales de opinión, espiritualidad, cultura y de referencia ideológica y política, estas sociedades comenzaron a decaer en Castilla y León hasta perder buena parte de su importancia en torno a 1896.
Su trayectoria durante estos años estuvo jalonada por uniones, separaciones, fusiones, desajustes, falta de armonía, conflictos personales y actividad poco seria en las logias, en las que muchas veces se pecaba de falta de conocimientos sobre la Masonería y de gran pobreza en la reflexión colectiva.
Se dieron casos delirantes, como en la Logia Iris de Burgos, en la que un recién admitido pasó en un día a ser maestro, algo que refleja la ausencia de criterio de sus miembros.
La beneficencia, proyectos de educación laica, el miramiento por la condición de los obreros, la elaboración de publicaciones como "La acacia" o el periódico "La revolución", la participación en movimientos contra la pena de muerte o la lucha contra el clero fueron algunas de las acciones que llevaron a cabo las logias durante estos años.
Ya en el siglo XX, la actividad de la Masonería en la región fue simbólica, hecho que se demostró con la llegada de la Guerra Civil en la que, si bien hubo fusilamientos, condenas de cárcel y expropiaciones de bienes, en el fondo se reveló que los masones eran pocos y "no eran tan peligrosos" como algunos les consideraba.
Por todo ello, el autor concluye que la sociedad de los masones ha tenido en Castilla y León una historia caracterizada por rupturas y épocas vacías, y una implantación dificultada por los condicionantes propios de la sociedad de esta zona de España.
Fuente: Agencias.