A un anciano sabio se acercó un jóven y le pidió que le enseñase el camino para hacerse sabio.
El noble anciano lo llevó hasta un arroyo y allí le hizo meter la cabeza en el agua, donde se la detuvo pese a los desesperados esfuerzos que hacía el presunto discípulo por escapar de la inesperada trampa.
Por fin el sabio le soltó y una vez que le hubo dejado reposar le preguntó:
-¿Qué deseabas cuando tenías la cabeza bajo el agua?
-¡Aire, Maestro
-¿No querías mejor riquezas, no buscabas placeres, las caricias de la mujer que amas, no las extrañabas?
-¡No, maestro, yo quería aire!
-¿No buscabas a tus padres, no cuidabas de tus amigos, no te importaban tus compromisos?
-¡No, maestro, yo sólo deseaba aire!
- Pues bien, así, con esa misma fuerza que habéis deseado el aire, desead la sabiduría y seréis sabio- dijo el anciano y se marchó.