Tomado de: http://www.bicentenario.gob.mx/Semanal/Cordoba.html
Con los Tratados de Córdoba inicia un nuevo periodo en la historia de México. En ellos se pactó el reconocimiento de su existencia como una nación independiente de España por parte de Juan O´Donojú, quien había sido enviado precisamente como nuevo virrey por el gobierno español.
Este documento, firmado el 24 de agosto de 1821 aparece hoy ante nuestros ojos, cuando menos, como controversial. Tan es así que una iniciativa reciente de adicionar esta fecha a la Ley sobre el Escudo, la Bandera y el Himno Nacionales, no fue aceptada por el Senado. Siempre es difícil el juicio sobre hechos concretos en el marco de un proceso tan complejo como fue el de la independencia de México.
Sin embargo, es conveniente analizarlos desapasionadamente, y tomar en cuenta las circunstancias, antecedentes y consecuencias directas de la firma de estos Tratados.
Si bien ya casi no quedaban tropas realistas más que en la capital y en fuertes españoles como los de Veracruz, Perote y Acapulco, también es cierto que el ejército insurgente se encontraba dividido y diezmado, siendo el reconocimiento de Guerrero al plan de Iguala que suscribió Iturbide, y a éste como Jefe del Ejército Trigarante en febrero de 1821, lo que permitió que insurgentes y realistas dedicaran conjuntamente sus esfuerzos a independizar a la Nueva España de su metrópoli.
De esta forma gracias a los Tratados y a la mediación de O´Donojú, concluyó la guerra y se consumó la rendición de las tropas realistas en la capital. El general Novella, virrey provisional tras la destitución de Apodaca, desalojó al ejército realista entre el 13 y el 22 de septiembre, para permitir el día 27 de ese mismo mes la triunfal entrada a la capital del Ejército Trigarante. Iturbide y O´Donojú saludaron a la multitud desde el balcón del Palacio, donde presenciaron el desfile de las tropas. Ondeó la bandera Trigarante, el mando y las llaves de la ciudad fueron entregadas a Iturbide, instaurándose la Suprema Junta Provisional Gubernativa y se firmó apenas un día después el “Acta de Independencia del Imperio Mexicano”.
Esbocemos ahora una breve reflexión sobre el contexto en que se produce su firma y sobre los sucesos posteriores:
Son evacuadas las tropas realistas, y la capital del país es tomada pacíficamente, sin más derramamiento de sangre.El rey Fernando VII no reconoció los Tratados de Córdoba. El reconocimiento oficial de México por parte de su antigua metrópoli se dio hasta 1836. De hecho, las últimas tropas españolas acantonadas en San Juan de Ulúa, capitularon cuatro años después. Además, hubo un intento de reconquista en 1829.
Se organizó la Junta Provisional Gubernativa, viejo anhelo que desde los intentos de Primo de Verdad y Francisco Azcárate, pretendía dotar a México de un órgano capaz de tomar decisiones y, como lo señalaron sus miembros, “…en libertad de constituirse del modo que más convenga a su felicidad; y con representantes que puedan manifestar su voluntad y su designios…” (Acta de Independencia del Imperio Mexicano).
No cabe duda que para el movimiento que encabezó Iturbide no existía más posibilidad que la de contar con una monarquía. El primer artículo de los Tratados dice a la letra: Esta América se reconocerá por nación soberana e independiente y se llamará en lo sucesivo “Imperio Mexicano”. Así, la corona es ofrecida en primer lugar a Fernando VII, después a sus hermanos y a miembros de la dinastía borbónica en riguroso orden sucesorio. Sólo en el caso de que no aceptaran venir a México y ser cabeza de este imperio, la Junta Provisional elegiría un monarca. No está de más señalar que en los primeros documentos del movimiento insurgente, particularmente en el movimiento encabezado por Hidalgo, todavía privaba la idea de devolver el trono a Fernando VII, preso por Napoleón, y que el gobierno monárquico resultaba entonces un modelo mucho más conocido y generalizado, particularmente en los países de tradición católica como era éste.
El documento también establecía que, si ningún monarca de una dinastía europea aceptaba el trono de la nueva nación, lo ocuparía el que las cortes mexicanas designaran, y fue efectivamente gracias a este artículo, que en mayo de 1822 Agustín Iturbide fue proclamado emperador de México.
Si bien se optaba por la forma de gobierno monárquica, se declaraba que ésta debía ser, conforme a lo establecido en el Plan de Iguala: una monarquía constitucional moderada, separando el poder ejecutivo del legislativo. Estas declaraciones colocan al naciente país en un régimen diferenciado del absolutismo y el despotismo. Recordemos que España en estos momentos atravesaba por el llamado “trienio liberal”, que reaccionó contra el despotismo de Fernando VII y lo hizo jurar la Constitución de Cádiz. El mismo O´Donojú había sido uno de los protagonistas de este movimiento de restauración constitucional encabezado por Rafael de Riego.
El hecho de que Iturbide excluyera de la Junta Gubernativa a los veteranos de la insurgencia, ocupara la presidencia de la Regencia, llegara a ser nombrado emperador y a disolver el Congreso nos dificulta su identificación, no sólo con los principios insurgentes, sino incluso con el mismo tono moderado de los Tratados y del Plan de Iguala.
A la luz de todas estas consideraciones, los Tratados de Córdoba no aparecen hoy como un documento que case con nuestra tradicional idea de lo que fue el movimiento insurgente, ni con los principios republicanos que después adoptaría nuestro país. Pero es un hecho que, gracias a esos Tratados, concluyó una guerra de once años y dio inicio formalmente la existencia de México como nación soberana.
Los Tratados de Córdoba sí fueron, en ese sentido, un instrumento toral en la consumación de nuestra independencia, presidido por un ánimo de conciliación entre americanos y españoles, simbolizado en la famosa frase pronunciada por Iturbide ante O´Donojú: “Supuesta la buena fe y armonía con la que nos conducimos en este negocio, creo que sería muy fácil cosa que desatemos el nudo sin romperlo”. Efectivamente, después de la firma de los Tratados, nadie pudo dudar que el nudo había quedado desatado para siempre.