Por: Pedro Ferriz De Con.
Mis deseos se desvanecen ante la realidad que me asalta. Somos egoístas de entrada. La idea de compartir, no es lo nuestro. Más bien nos desagrada. Hace unos días me era imposible avanzar. Llevaba mi coche diez minutos en el mismo punto. Decidí apearme para poder llegar a Imagen. Medio kilómetro después, entendí el porqué. En la confluencia de dos avenidas, el tránsito estaba crónicamente atorado. ¿La razón? Muy sencilla. Nadie quería ceder el paso al que estaba claro en la posibilidad de avanzar. Preferible atorarlo todo, antes de ceder. Nadie… y digo nadie, quería que el otro saliera. Mejor atorado, que cortés. Preferible parar el flujo en ambos lados, que ver avanzar a quienes la situación les permitía.
Intento volcar nuestra problemática nacional, en un simple problema de crucero. Atorar a mis congéneres en algo tan sencillo y ciudadano, resulta inexplicable. Como igual resulta lo que reprochamos del Congreso. O de la tragedia en una guardería. O de la corrupción que nos corroe. O de la delincuencia que sofoca. La esencia de lo que somos es explicación y desahogo de todo lo que enfrentamos. Insisto en señalarnos al reflejo del espejo. No podremos entender la salida, sin ver descarnadamente aquello de lo que estamos hechos. “Hemos aprendido a volar como pájaros, nadar como peces. Pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos” solía decir Martin Luther King, cuando se refería a los círculos sociales que en su país, se expresaban exclusivos y excluyentes. Estados Unidos no podía avanzar un paso más, si no entraba primero en un proceso de conciliación. Blancos, negros, amarillos y morenos estaban destinados a matizar sus diferencias por el tono de su piel. Si las tribus —primera forma gregaria en el cuaternario— se hicieron comunes por un proceso de selección natural… Que se formaban, habitaban, luchaban, defendían, comían, curaban, gozaban, sufrían, reproducían, vivían y morían juntos. Hoy nuestra sociedad, no es una “tribu homogénea”. Puedo decir con pena que nos regodeamos en nuestras diferencias. La base comparativa, parte de sentirnos superiores. Y si no es así, entonces vengarnos por una manifiesta inferioridad. No estamos hechos a la abundancia y su pretensión. La esencia que nos rige es la escasez, limitación… apretura. Las trabas al desarrollo las vemos por abajo, nunca por encima. Forma que nos permitiría contemplar opciones.
La alegoría del crucero es un ejercicio que no deja dudas. Sólo la certeza de aquello por lo que debemos trabajar. “Mi real beneficio se basa en el de los demás”. “No hay bienestar si éste no es compartido”. “Si sé que hay alguien que tiene todo aquello de lo que carezco, ¡admíralo!, no lo envidies. Seguro se ha esforzado más que tú”. “No hay mejor forma de disfrutar tu éxito que compartiéndolo”.
Insisto en el tejido social como lo primero a zurcir. Sé que abominamos a los políticos, policías, niveles de gobierno y obligaciones en este marco de estrechez. Pero todos ellos no son marcianos. Son mexicanos. Y nuestras obligaciones no son suprahumanas, sino simples principios a seguir por cualquier ciudadano. Sé que con los años, sabremos qué hacer al llegar a un crucero. La esquina del conflicto debe transformarse en principio de concordia. Sólo falta entender que estamos muy poco dispuestos a dar. El egoísmo es otra forma de expresar la falta de compromiso y educación de un pueblo. Un simple crucero… me lo dijo todo.
Estados Unidos no podía avanzar un paso más, si no entraba primero en un proceso de conciliación. Blancos, negros, amarillos y morenos estaban destinados a matizar sus diferencias.