La Habana.- Escasos son los pueblos en el orbe que tienen el privilegio del cubano, por el hecho de que el autor de “Ismaelillo”, el creador del Partido Revolucionario, el mismo que dio proyecto político a la insurrección armada, quien sumó voluntades y dio lecciones de eticidad desde su propia conducta, predicó desde sus principios de masón ilustre, la reanudación de la guerra necesaria.
José Julián Martí Pérez en su noble apostolado unió las fuerzas de la Isla dispersas por otras latitudes, emigración integrada por numerosos masones que constituyeron núcleos fraternales de significación patriótica en Cayo Hueso y Tampa, en la Florida y en la Ciudad de Nueva York.
Quien como Martí cultivó la rosa blanca de la pureza espiritual, en todo tiempo, lo mismo para el amigo sincero que para el cruel que lo hería, no podía anhelar para su patria otra doctrina que no fuera la de la República unida, con todos y para el bien de todos.
Haciendo gala de una profunda reflexión patriótica y camaradería humana, en la redacción del Manifiesto de Montecristi, el independentista ofreció indulgencia entrañable a los cubanos de ideas equivocadas, con lo que manifestó la grandeza de su espíritu; donde predicaba el concepto igualdad, fraternidad y solidaridad.
Cuba es la síntesis de la existencia y la obra del autor de la “Edad de Oro”, un hombre con reconocidos méritos literarios, celebradas dimensiones y estética universal a los que se suman sus marcadas cualidades patrióticas.
Durante el trienio constitucional de 1820 a 1823, la aspiración emancipadora del país adquirió una modalidad conspiratoria definida con la unión fraternal bajo la obediencia de la Gran Logia Española de Antiguos y Aceptados Masones de York.
Muchos cubanos afiliados a la Fracmasonería dirigieron los empeños separatistas entre los que se destacó el Héroe Nacional cubano, patriota y masón de carácter y corazón.
Fuente: Radio Ciudad de La Habana
