Escrito por: Miguel Huezo Mixco
Creo que puedo contarlo. Yo miré una vez a Felipe Peña bailoteando, vestido con la túnica blanca de la logia masónica a la cual pertenecía su padre, el teniente José Belisario Peña. Fue en 1969. Gloria, la novia de Felipe, se reía del espectáculo. Aquella inolvidable escena, montada a espaldas de sus padres, ocurrió en su casa, en la calle Belice de la colonia Centroamérica, en San Salvador, adonde yo llegaba a visitar a sus hermanas. Así supe que don Chepe era masón. En mi casa se hablaba sobre la masonería. Mi abuela Victoria, una viejecita con un corazón de oro, decía que los masones intentaban destruir el cristianismo a toda costa. Ella talvez solo repetía los argumentos de mi difunto abuelo, Calixto Mixco, quien fue columnista de El Católico, un periódico que mantuvo una agresiva línea editorial contra los disidentes al pensamiento religioso dominante.
El país recibió con mucha intolerancia a los grupos de masones, protestantes y librepensadores que a finales del siglo XIX comenzaron a fundar agrupaciones y crear sus propias publicaciones.
En su ensayo “El Porvenir vs. El Católico. Masonismo y ultramontanismo periodístico en confrontación” (revista Realidad 126), el investigador Roberto Valdés Valle documenta un corrosivo debate, iniciado en 1892, entre estos dos periódicos. Aquellas escaramuzas de papel acarrearon el juicio y la captura de Silverio Angulo Guridi, redactor en jefe de El Porvenir, el primer periódico salvadoreño de tendencia promasónica. Pero Angulo Guridi no fue a dar a la cárcel. Una poderosa mano, la de Samuel Dawson, miembro prominente de la masonería, intercedió por él ante el director de la Policía, y recuperó su libertad.
En realidad, el director de El Porvenir era el intelectual y profesor universitario Rafael Reyes. Hermano Ilustre de la Logia Excélsior, Reyes contaba con “poderosos amigos” dentro del gobierno del presidente Carlos Ezeta, quien, a su vez, había sido miembro del masonismo local. Reyes fue tildado por sus adversarios como “corruptor de la enseñanza oficial y sectario impugnador del catolicismo”.
En aquel debate no solo intervinieron diversos periódicos de la época, sino hasta el mismo obispo de la capital, Adolfo Antonio Pérez y Aguilar, quien publicó una Carta pastoral donde condenaba el Racionalismo, el Libre-pensamiento y el Ateísmo, calificándolos como sistemas maléficos, ineptos y viciosos. Fue tal el encono que un editorialista de El Católico, usando el seudónimo “Un católico de corazón”, proclamó que estaba dispuesto a usar su revólver contra los redactores de El Porvenir. Para Valdés Valle, aquel sectarismo abonó la violencia que caracterizó la lucha contra la disidencia a lo largo del siglo XX.
Los protestantes fueron parte del grupo de “enemigos” al que pertenecieron los masones y liberales. También en este caso los ataques de El Católico fueron despiadados. Para los redactores del periódico, Lutero, fundador del protestantismo, fue “un apóstata lujurioso”. Acusación que hicieron extensiva para el ministro protestante Francisco Pinzotti, que llegó al país en 1893, y a quien se acusaba de vender biblias “adulteradas”.
El ensayo “Aliados enemigos. Misiones protestantes, acogida liberal y reacción católica en El Salvador”, de Luis Roberto Huezo Mixco, contenido en la citada revista, advierte, sin embargo, que masones y protestantes han dado una contribución importante a la modernidad y la democracia salvadoreña. Allí están, para citar ejemplos que conozco, los masones Belisario Peña, que peleó contra Martínez en 1944, y Benjamín Mejía que intentó derrocar en 1972 al general Fidel Sánchez Hernández.
Luego vinieron nuevas disidencias inspiradas en ideas marxistas y cristianas de nuevo cuño, uno de cuyos exponentes fue Felipe Peña, aquel muchacho que un día miré bailar vestido con la túnica de su padre.
(Publicado en La Prensa Gráfica, 31 de marzo de 2011)