Hugo Pratt era masón. El autor de 'Corto Maltés' formó parte de la logia Hermès de Venecia durante los 20 últimos años de su vida y se despidió de este mundo describiendo el rito de iniciación en unas viñetas de su álbum postrero 'Fort Wheeling' (1995). Devoto de las sociedades secretas y los mitos y leyendas de la Vieja Europa, el más universal de los dibujantes italianos pespunteó toda su obra de referencias a las fraternidades.
Esta faceta más o menos desconocida en la personalidad del historietista es objeto estos días en París de una exposición, 'Corto Maltés y los secretos de la iniciación', que estudia la presencia de las obediencias masónicas y otras sociedades secretas en su obra. Con ella, el Gran Oriente de Francia (GOF) persiste en su política aperturista de los últimos años y rinde tributo a un hermano que nunca perteneció a su obediencia pero siempre se distinguió por su devoción hacia la simbología de la escuadra y el compás.
Hasta el 15 de julio, el Museo de la Francmasonería alberga en sus salas del fondo esta muestra que reúne por primera vez más de 40 dibujos originales de Pratt –muchos de los cuales jamás habían sido exhibidos–, así como piezas y documentos masónicos que ilustran su interés por estas órdenes laicas. Junto a viñetas procedentes de obras que hacen referencia al tema como 'La fábula de Venecia', 'Las Helvéticas' (1987) o 'Fort wheeling', se puede ver el delantal y el cordón masónico del autor o esa espada de venerable robada por su padre durante el saqueo de la logia Hermès por los fascistas en los años 20, que el hermano Pratt devolvió en 1977 al ingresar en la orden.
«Habla usted como un hermano. ¿No será por casualidad francmasón?», le pregunta alguien a su héroe más emblemático, Corto Maltés, en una escena de La balada del Mar Salado (1967). «No, no», responde el aventurero. «Soy simplemente fracmarino. ¡Lo espero, al menos!».
Cuando Pratt escribió ese diálogo, hacía dos años que había sido iniciado. Desde entonces, en las peripecias de Corto no faltaron jamás escenas de ritos ancestrales que tenían como protagonistas a los hombres leopardo de Rufiji en Tanzania o bien a los derviches de Samarkanda. El misterio de las hermandades que operan al margen de la sociedad, con la más estricta consigna de confidencialidad, le fascinaba. Y muchos estudiosos de su obra hallan ahí el germen de su tardía aproximación a la masonería, a los 49 años de edad. Fue su vecino y amigo Luigi Danesin, que vivía en una casa en el Lido veneciano muy cerca de la de Pratt, quien propuso al historietista entrar en la fraternidad. Pratt se había interesado desde hacía tiempo por la franmasonería, pero no espera la oferta. Por otro lado, estaba preparando un álbum ambientado en Venecia y flirteaba con la posibilidad de integrar algunas escenas de ritos masónicos en la trama. Dos razones suficientes para aceptar, se dijo entonces.
Fuente: El Mundo.