Fundadores de Mariano Arista

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domingo, 31 de agosto de 2014

Noaquitas



Como introducción necesaria a toda investigación sobre el simbolismo de la Masonería, debemos partir de una época muy remota. Sin embargo, revisaremos la historia primitiva y anterior a la institución con toda la brevedad que permita la claridad del asunto.

Pasando por encima de todo cuanto se encuentra en la historia antediluviana, que no influyó para nada en el nuevo mundo surgido de las ruinas del viejo, nos encontramos con que, poco después del gran cataclismo, los inmediatos descendientes de Noé poseían por lo menos dos verdades religiosas recibidas de su padre común, quien las había aprendido a su vez de los patriarcas que le precedieron. Estas verdades eran: la doctrina de la existencia de una Inteligencia Suprema, Creadora, Conservadora y Gobernadora del Universo y, como consecuencia necesaria, la creencia en la inmortalidad del alma, la cual por emanación de la causa primera debía distinguirse del polvo perecedero y vil, su tabernáculo terrenal, por poseer vida futura y eterna.

“La doctrina de la inmortalidad del alma, es consecuencia inevitable de la idea de Dios. El Ser mejor de los seres, debe querer lo mejor para todas las cosas; el más sabio, debe hacer planes para que así sea; el más poderoso, debe realizarlos. Nadie se atreverá a negar esto”.

La teoría de que Noé conoció y reconoció estas doctrinas no puede parecer mera suposición a quien crea en la revelación divina; pero nosotros creemos que los filósofos pueden llegar a idénticas conclusiones sin necesidad de basarse en otra autoridad que la de la razón.

El sentimiento religioso, en cuanto atañe a la creencia en la existencia de Dios, es instintivo, innato y, por lo tanto, universal en el alma humana.

“La institución religiosa, al igual que de la sociedad, el matrimonio y la amistad, se basa en un fundamento profundo y permanente del corazón humano: así como las instituciones humildes, transitorias y parciales proceden de necesidades humildes, transitorias y parciales, y tienen su origen en los sentidos y los fenómenos de la vida, la de esta útil, permanente y sublime institución es producto de necesidades universales, sublimes y permanentes, relacionadas con el alma y las invariables realidades de la vida”.

No hay historia de que ninguna nación, por degradada intelectual y moralmente que sea, que no tenga pruebas evidentes de su tendencia hacia semejante creencia. El sentimiento puede pervertirse, la idea corromperse groseramente, pero de todos modos, continúa existiendo y es prueba del manantial de que brotó.

“Los sabios de todas las naciones, épocas y religiones tenían alguna idea de estas sublimes doctrinas, más o menos degradadas, adulteradas u obscurecidas. Estos vislumbres y vestigios de las verdades más sagradas y exaltadas emanaron de tradiciones primitivas, que se transmitieron de generación en generación a toda la humanidad, desde el principio del mundo, o por lo menos, desde la caída del hombre”

Hasta las formas más degradadas del fetichismo en que los negros se prosternan con reverente terror ante el altar de un tosco y deforme ídolo quizás fabricado por sus mismas manos, el cato de adoración es el reconocimiento del ansia que siente todo adorador de aferrarse a un poder desconocido, superior a su propia esfera. Este poder desconocido, sea cual fuere, es Dios para él.

“De esta forma, no solo los objetos enumerados anteriormente, sino hasta las gemas, metales, aerolitos, imágenes, trozos de madera labrados, pieles de animales rellenas y sacos curativos como los de los indios norteamericanos, son adorados como divinidades y se convierten en objetos de adoración. Pero en este caso, se idealiza el objeto visible, y no se le adora como cosa, sino como tipo o símbolo de Dios”

La creencia en la inmortalidad del alma, es tan universal como la de la existencia de Dios. Aquella brotó del mismo anhelo humano por lo infinito y, aunque la doctrina primitiva se ha ido corrompiendo, todas las naciones tienen tendencia a reconocerla. Todos los pueblos han soñado desde la más remota antigüedad en el ideal de otro mundo, y han buscado el lugar donde se encontraban los espíritus de los muertos. La edificación de los muertos, el culto a los héroes o al hombre, desarrollo de inmediato la idea religiosa fetichista, no es más que el reconocimiento de la vida futura; puesto que no se habría deificado a los muertos si no hubiera continuado existiendo algo de ellos después de su muerte. La adoración del cadáver pútrido, hubiera sido un fetichismo más degradante que cualquiera de los descubiertos hasta hoy día; pero el culto del hombre siguió al fetichismo. Era ya un grado más elevado del sentimiento religioso, en el que se anidaba la esperanza en la posibilidad de una vida futura, y quizás la creencia positiva en ella.

Así pues, la razón nos lleva, como la revelación, a la conclusión de que estas dos doctrinas prevalecieron ente los descendientes de Noé, después del Diluvio. Ellos las sentían con toda su pureza e integridad, porque habían emanado de la fuente más pura y elevada.

Tales son las doctrinas que constituyen el credo de la Masonería, de ahí que el nombre de Noaquitas, es decir, descendientes de Noé y transmisores de sus dogmas religiosos, sea uno de los que se han aplicado a los Masones del Universo.